Medardo y el valor del matrimonio

Siendo consciente de las transformaciones sociales y culturales de su época, Medardo quiso otorgar un valor a la institución del matrimonio. Deseaba que en el matrimonio se juntara el ideal con la realidad. Por ello pensó para la iglesia de los casados en nuevos caminos para el futuro.

Para atraer la atención de sus contemporáneos sobre la dignidad y la nobleza de la mujer, introdujo una celebración en la que cada año una muchacha había sido elegida por el pueblo, recibiendo un gran reconocimiento por sus méritos y por su crédito moral: a la muchacha se la coronaba con rosas (del francés: la Rosière). La comunidad local se reunía solemnemente cada año para decidir qué doncella era merecedora de la corona. La corona representaba para cada una de ellas un alto galardón, porque fueron los propios habitantes quienes calificaban la ejemplaridad de las muchachas. Además fue el propio obispo, como mensajero de Cristo, quien colocaba en la cabeza de la doncella la guirnalda de rosas. Se trataba de una especie de realización simbólica del amor que nacía de la fe. Cuando el apóstol Pablo dirigía su segunda carta a su amigo en la fe Timoteo, escribía simbólicamente sobre la corona triunfal lo siguiente: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su Manifestación (2 Tim 4,6).

Al introducir la celebración de la guirnalda de rosas, Medardo llevó a la atención del público el trabajo de las mujeres, en concreto el de las jovenes doncellas que en aquella época estaba subestimado. De esa manera el pueblo aprendía a valorar su esfuerzo diario y su entrega por el bien del pueblo. La gente aprendía a fijarse en su entusiasmo y la agudeza que les empujaban. Las mujeres aprendían a valorarse más a sí mismas y también a su propio trabajo. De esa manera el deseo de ganar una guirnalda se transformó en el trabajo en las relaciones personales y en el respeto mutuo. La festividad tuvo como consecuencia que la muchacha aprendió a luchar consigo misma, aprendió a desarrollar y a proteger sus cualidades morales, a mantener su fe en Jesús en situaciones difíciles, a actuar con fervor y en general a trabajar en sí misma y a defender la justicia. Los pueblerinos galardonaban consecuentemente ese esfuerzo con gratitud a través de su respeto, lo cual era muy apreciado por las muchachas. El ejemplo de las muchachas impresionaba luego a los muchachos jóvenes, lo cual les motivaba a ser honrados y justos.

Todo esto condujo finalmente a que se consolidara el estatuto de las relaciones prematrimoniales y, en última instancia, el matrimonio en sí, penetrado por el Evangelio. Medardo logró que las doncellas y los jóvenes llegaran por sí mismos a discernir correctamente sus objetivos de vida. De esa manera el obispo acercó a la comunidad local, así cómo a otras comunidades los valores del Evangelio, de la humanidad y de las buenas relaciones.

De esta manera realizó también la encarnación del cuidado de Dios sobre el mundo amado. A su propia manera “puso en práctica” que la Iglesia fuera percibida cómo un sacramento, cómo un signo vivo de la presencia salvadora y gratificadora de Dios entre las personas.

La festividad de la guirnalda de rosas podría compararse hoy con el concurso de belleza “miss” de la actualidad, con la diferencia de que por aquél entonces se calificaba más bien la belleza interior de la muchacha, su aplicación, su espíritu laborioso, su inventiva, sus relaciones con las demás personas, en definitiva, su dimensión moral. La muchacha a la cual se le ponía una guirnalda de rosas blancas cómo símbolo de pureza moral, recibía también un regalo material y económico. De esa manera podía estar mejor preparada para el matrimonio también desde un punto de vista material.